Vendiendo melones está fechado en el año crucial en que Sorolla abandona Italia y, tras una brevísima estancia en Valencia, se instala en Madrid e inicia una carrera profesional que le llevaría a alcanzar grandes éxitos internacionales. El tema de la obra se puede relacionar con los trabajos realizados por Sorolla durante su estancia en Asís, entre septiembre de 1888 y junio de 1889. En esta época, ya casado y terminada la beca de la Diputación de Valencia, Sorolla se dedica a pintar escenas de fácil venta1. Son, por lo general, pequeñas acuarelas de tema costumbrista y anecdótico, que comercializaba Francisco Jover, un marchante valenciano residente en Roma, y que Sorolla, a veces, amplió en óleos de mayor tamaño. Obras como Costumbres valencianas (1890), El resbalón del monaguillo (1892) o El beso de la reliquia (1893), desarrollaron sobre lienzo aquellas peculiaridades temáticas. Estas obras están muy influidas por José Benlliure, que en esta época vivía también en Asís, y quien, a su vez, adaptaba al gusto de finales de siglo el estilo popularizado por Fortuny quince años antes.
Como es frecuente en este tipo de pinturas, Vendiendo melones se caracteriza por su calidad técnica y por su complejidad compositiva. Cada figura, cada elemento arquitectónico y cada objeto están descritos con tal minuciosidad que el conjunto parece ser más susceptible de ser leído que de ser observado. De hecho, la composición va más allá de lo enunciado por el título y presenta la síntesis de lo que supuestamente era la vida cotidiana en una alquería valenciana. La huerta y sus habitantes son explotados desde un punto de vista idealizado y anecdótico.
Bajo un emparrado que cubre las encaladas paredes del edificio se lleva a cabo la transacción que da nombre al lienzo. Pero al mismo tiempo la composición introduce una escena de labor femenina, una escena de solaz en la figura aislada tocando la guitarra, diferentes bodegones y naturalezas muertas, estudios de cerámica y artesanía popular valenciana, un estudio de animales, en la pequeña charca con patos del ángulo inferior izquierdo, e incluso un esquemático paisaje sugerido en el fondo de la composición, a través de las dobles puertas entreabiertas. Pero este variado cúmulo de temas secundarios, dentro de un solo tema, alcanza verosimilitud mediante al tratamiento extremadamente realista de las figuras. Cada una está descrita con la máxima minuciosidad y el heterogéneo grupo queda unificado por un suave y matizado tratamiento de las luces y las sombras.
En síntesis, el conjunto se desarrolla en una serie de planos temáticos, espaciales y lumínicos, tan diversa que acentúa el sentido narrativo de la pintura, al tiempo que permite poner de manifiesto la habilidad técnica que tanto valoraba la clientela de este tipo de obras. En conjunto el estilo difiere del que definió a Sorolla unos años más tarde en tres aspectos básicos: en la mayor complejidad compositiva, en la mayor minuciosidad técnica y en la utilización de una gama cromática más variada.
Fuente: Museo Carmen Thyssen de Málaga